En el proceso de reconstrucción sociohistórica de la cumbia chilena, que llevamos realizando desde inicios del 2010 no hemos dejado de sorprendernos ante cada nuevo descubrimiento y, en la medida en que nos hacemos una pregunta e intentamos responderla, afloran como las ganas de bailar, nuevas preguntas asociadas. La investigación crece de manera exponencial. Puede ser, por un lado, porque la cumbia ha sido menospreciada e ignorada hasta ahora por la academia chilena y casi no existen análisis al respecto y, por otro, gracias a la decisión que tomamos de priorizar en esta investigación la voz de los propios cultores protagonistas de este proceso de apropiación y creación de una cumbia a la chilena.
La fragilidad de la memoria, tanto colectiva como individual, y la falta de fuentes que la hayan considerado históricamente desde su arribo, nos provoca conflicto al contrarrestar la información, y muchas veces nos encontramos con propuestas analíticas que dejan fuera aspectos para los cultores considerados fundamentales, así como también, con la idealización de períodos o con vacíos y errores en la reconstrucción oral de los entrevistados.
Debemos sumar a esto, que al revisar los periódicos buscando alguna información que nos ayude, tanto el estilo cumbianchero como sus cultores no aparecen más que por algún concierto, o lo que es más peligroso, sólo aparecen en la crónica roja o en algún conflicto entre músicos, lo que nos obliga a interpretar esas fuentes a partir de las omisiones o la lectura entre líneas.
Hay pocos hitos o consensos, menos aun paradigmas cumbiancheros. Por lo tanto, en nuestro trabajo nos hemos preocupado de ir desenterrando justamente un pasado, un contexto, con sonidos y colores reconocibles, pero por sobre todo, hemos buscado rescatar la voz de los cultores que con sus repertorios nos hacen bailar aún hoy, 50 años después de que la cumbia llegó a Chile y nos hizo mover nuestro tieso -pero deseoso de fiesta- esqueleto. Y es a través del relato oral, en entrevistas con cultores, productores musicales, académicos y musicólogos, que nos encontramos con la figura de Amparito Jiménez, quien es reconocida como la intérprete femenina de la cumbia tradicional colombiana en Chile por excelencia. Es por esto que nos fuimos en busca de ella, de “La Reina de la cumbia”.
“Se fue a Colombia”, “está retirada”, “no sé qué será de ella” y frases por el estilo se repetían una y otra vez. En los diarios se hablaba de ella con noticias anacrónicas y sin un valor esencial para nuestra investigación. Se dijo “por ahí” y llegó a nuestros oídos que estaba en La Serena, pero no teníamos ni teléfono ni dirección… sólo las ganas de encontrarla. Partimos, entonces en su búsqueda y después de golpear puertas, preguntar y escuchar varios rumores, nos devolvimos con un teléfono de alguien que la conocía. Y, al fin, toda la búsqueda daba sus frutos. Conocimos a Amparito de Jesús Jiménez Arismendi, guapa, bajita, sabrosona, querendona y lo mejor, con los recuerdos a flor de su morena piel.
“‘La Reina de la Cumbia’ me pusieron en Chile, yo en Colombia me llamaba Miss Chiquichá, por qué, porque estaba muy chiquita, cuando grabé Merecumbé de Pacho Galán, y uno de los temas era Miss Chiquichá, y así me pusieron a mi, él me hizo ese Merecumbé, el es el compositor de esa canción: ‘anoche, anoche soñé contigo’, Pacho Galán, yo grabé varios Merecumbé de él, y me hizo uno Miss Chiquichá y así me quedé en Colombia, me dicen Miss Chiquichá y aquí me dicen ‘la Reina de la Cumbia’.”
Baila, canta, compone y realiza trabajos comunitarios en La Serena, alejada de la bulla santiaguina donde fue protagonista durante los sabrosos años ’60. Es una testigo de la bohemia y de la época de oro, de los quiebres políticos, de la “llegada de la alegría”, del revival de la cumbia y hoy tiene mucho que contar:
“No, no, no, no los conozco a los músicos actuales no, a ninguno de ellos, el día que quieran acercarse a mí con mucho cariño, con mucho gusto para aprender algo sobre la cumbia con mucho gusto y con mucho cariño, de todas maneras lo están haciendo bien porque como ya hay una raíz sembrada lo hacen bien, aportan de lo suyo, de lo chileno, de lo contingente y me gusta porque se despierta mucho lo social y eso es bonito el que los vean, es bonito, es un aporte que hizo la cumbia para tener como una plataforma, para hacerse sentir, hacerse oír, es bonito.”
Sobre esa raíz sembrada, Amparito Jiménez nos puede entregar muchas luces, como colombiana, como bailarina, como músico, como cantante y como mujer, pero sobre todo, como protagonista. Nos habló del baile de los chilenos, nos mostró como ella intentaba hacernos mover las caderas en programas de televisión y en fotonovelas y de las dificultades que tenemos al hacerlo:
Explicó que lo que los chilenos hemos hecho con la cumbia, simplificarla, nos ha permitido lograr una expresión corporal cosa que que con otros ritmos, como nuestro propio baile nacional – la cueca – nos resulta complicado.
“Es nuestro folclor pero, en realidad, se escucha mucho aquí, mucho, inclusive en muchas partes se escucha más la cumbia que el folclor, y que es muy lindo, lo que pasa es que es muy limitado, la cueca es muy limitada, es muy cansona de bailar, y hay mucha gente que no la capta, porque tiene su forma, su coreografía, en cambio la cumbia no, tú le pones de tu cosecha, entonces es más fácil bailar la cumbia, claro una cumbia típica se baila con la vela, con coreografía y todo, pero tiene la validez ante la gente que cualquiera la puede bailar, poner de su cosecha y está bailando cumbia, en cambio en la cueca no, es la coreografía marcada.”
“La primera voz colombiana de cumbia en el país”, como la nombra el musicólogo Juan Pablo González[1], fue además la primera en grabar la mundialmente reconocida Pollera Colorá en tierras chilenas, canción de autoría del recientemente difunto don Wilson Choperena, quien según ella misma nos cuenta, consideró que su mejor versión era aquella en la voz de nuestra “reina”:
“Yo conocí al compositor, Wilson Choperena, era un viejito creador de la cumbia pero para él yo fui su mejor interprete decía él.”
En una de las visitas que hicimos a su cálido hogar, nos cantó dulcemente esta canción, dando cuenta que pese al paso de los años, su voz se mantiene intacta:
Además de La Pollera Colorá, con su llegada en 1964, esta importante cultora cumbianchera nos trajo canciones como Pepe y Al amanecer, entre otras, que dan cuenta de la llegada de la cumbia en los ’60 y que forman parte de la historia fundacional de la cumbia chilena, en los albores. Y desde ese momento Amparito reconoce una propuesta- o lisa y llanamente, simplificación- en el cambio de ritmo, pero que ella aprecia como un aporte y en la que reconoce el característico “chinchín”[2] que ella singulariza como “propiamente chileno”. Sin embargo, reconoce que fue Giolito el baterista que mejor interpretaba la cumbia colombiana ya que:
“Él siempre tocó las cumbias y los porros colombianos, que aquí no distinguen entre la cumbia y el porro, por ejemplo Mi cafetal, es porro, es un ritmo que es un poquito más aceleradito que la cumbia, entonces el tocaba esa música pero, y él sabía que era de Colombia pero no se decía, no era muy popular era de Colombia, si cuando se conoció que todo estos temas eran de Colombia, es cuando yo empecé en la televisión a enseñarlos, los pasos, enseñarlos a bailar y mostrar los trajes, pero Giolito siempre estuvo conmigo desde que llegue a Chile, siempre porque también le traía cosas[3] de Colombia.”
Como en Colombia, en Chile también la cumbia estuvo asociada a los sectores populares lo que se tradujo en la exclusión de su estudio académico y en el anonimato de los cultores por cerca de 40 años, los que sin embargo hoy en día, ante la pregunta sobre nuestra identidad, se hacen cada vez más relevantes, especialmente, si pensamos en el proceso de transversalización cumbianchero.
“Ave María, entonces la cumbia era de rotos, era de abajo, qué se yo arriba no entraba, el barrio alto y que se yo, y que si todo los colombianos vivíamos por allá, así que a través de nosotros fueron conociendo, y se fueron enamorando y se fueron metiendo no en fiestas donde no salga la gente a bailar, la gente sale a bailar cuando se tocó la cumbia, si y no, ahí se prende la rumba y todo del guapachá.”
Músicos que animaron y llenaron de sonidos a la fiesta chilena, que lo siguen haciendo y que por circunstancias de la vida (y de la muerte) han separado sus caminos, música que se apropia de nuestro repertorio musical desde la infancia, que traspasa generaciones y que desde distintos lugares del país nos pregunta por nuestra chilenidad.
Músicos que compartieron escenarios, que nos trajeron la cumbia, que se la llevaron, que la simplificaron, que le dieron sentido y que se la apropiaron. Músicos que aún en el reconocimiento de la cumbia, a 50 años de su llegada, tienen mucho que contar y que nos ayudan a recorrer este sinuoso e invisibilizado camino de la fiesta chilena.
Motivadas por este encuentro que, para nosotras, significó una recompensa por tanto indagar y preguntar por ella, y luego de varias conversaciones que hemos sostenido en su acogedor hogar en La Serena desde julio de 2011, pusimos en contacto a la Reina de la Cumbia con otros músicos que hemos entrevistado en esta labor de reconstrucción sociohistórica de la cumbia chilena. A partir de este contacto surge la iniciativa de Los Rumberos del 900 de invitarla a cantar con su orquesta, memorable concierto que tendrá lugar mañana 17 de enero en Sala Master, y que además prometen seguir trabajando juntos por un buen tiempo más.
Este (re)encuentro nos da la satisfacción de trasladarnos como en una máquina del tiempo a revivir una época trascendental de la música en Chile, de unir generaciones al ritmo de la cumbia, y especialmente relevar la voz de los y las protagonistas de esta historia, voces que pueden cantar juntas y hacernos bailar al ritmo tieso pero cumbianchero.
Esta reseña fue escrita en base a las entrevistas y conversaciones que sostuvimos con Amparito Jiménez en La Serena los días de 27 de julio, 2 de septiembre de 2011 y 7 de enero 2012.
[1]GONZÁLEZ, Juan Pablo, ROLLE, Claudio y OHLSEN, Oscar. 2009. Historia Social de la Música Popular en Chile (1950 – 1970). Santiago: Ediciones Universidad Católica. Chile. P. 596
[2] Se refiere al platillo que se usa en la cumbia chilena en reemplazo de la guacharaca y las maracas que se usan en la cumbia folcórica colombiana.
[3] Amparito Jiménez de sus viajes de Colombia traía a Chile discos con las cumbias colombianas de moda, arreglos e instrumentos para enseñar la cumbia en nuestro país.
7 Cumbiancheros en “Entrevista a Amparito Jiménez, la Reina de la cumbia. Parte I: «El encuentro»”